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La subjetividad y la época.

Por Selva Acuña

El psicoanálisis nació en una época, donde ya apuntaba en el horizonte la declinación de los semblantes tradicionales que habían sostenido en valores aparentemente inconmovibles. Viena, capital del imperio Habsburgo, crecía y florecía culturalmente en el mismo momento en que el imperio comenzaba su disolución[1].

Los escritos Freudianos sobre la cultura, fueron una anticipación de lo que respondería a la imparable, caída de los ideales religiosos y su suplantación por el ideal racionalista de la época.

El sueño de la razón que despuntaba con el supuesto implícito de una posible reducción racional “total” del mundo, es algo que Freud mostro como imposible. No solo porque el inconsciente demuestra que hay un saber que piensa en una modalidad que no es la de la conciencia, sino que además ese pensar tiene de fondo una exigencia de trabajo, que Freud llamó Pulsión, descubrimiento verdaderamente extraordinario.

La pulsión es lo que viene al lugar de lo que debería haber sido un instinto, entendiendo a este como saber, que funciona, acorde a una función; claro está se trata de la relación sexual. En ese lugar en el ser parlante, hay algo que no funciona como instinto, Freud ubica allí La pulsión, que a diferencia del instinto animal, es profundamente desajustada a cualquier función que quiera acotarla y definir su problemático objeto. Ese objeto pulsional, pervierte la función: boca, borde anal, ojo, oído producen un objeto parcial, abierto a la metonimia de la substitución y al mercado de la demanda y oferta de goce.

La tesis freudiana del malestar en la cultura, se basa en una renuncia pulsional, lo implica que el individuo debe renunciar al libre ejercicio pulsional, para elegir la pertenencia al lazo social, esencialmente el goce se negocia con el Otro, que es el agente privilegiado del discurso que predomina en cada época.

Lacan atravesado por los acontecimientos y pensares de su época, pensó esa pérdida original como aquello con que, el futuro sujeto, paga su entrada en el lenguaje.

El objeto que Lacan llamó con una letra “a”, es el que se produce como pérdida por efecto del lenguaje, objeto extimio, ajenamente propio, su vacío puede funcionar como causa de deseo o como “atractor” de los objetos pulsionales que funcionan como eventuales remedos del goce perdido.

Goce y deseo, modulan los avatares de la constitución subjetiva y los destinos de del objeto.

Si el goce es imposible, para el que habla, nada impedirá que por eso mismo, se lo busque, se lo ofrezca, se lo niegue, se lo dispute. La cultura engendra en el intento de regular, un cultivo de insatisfacción o malestar frente al cual las posiciones discursivas que Lacan despejo en el seminario de Los Cuatro discursos. Ellas son, las de intento de dominio o del Amo, la de la educación, discurso que llamó Universitario. A partir de Freud se articulan dos discurso más, el del síntoma que hace agujero al saber o discurso histérico y aquel que viene a responder por ese agujero en el saber que nos es cualquiera, sino que tiene que ver con la sexualidad, que es el discurso analítico. Hay un exceso, la pulsión y una falta del objeto, aquel que debería cancelar definitivamente la cuestión.

Freud y Lacan fueron hombres sensibles a su época, pero ninguno fue creyente del progreso en lo que atañe a la particular desadaptación del hombre al que pensaron como un animal profundamente desarraigado al orden de lo natural y desorientado respecto de su deseo.

Lacan, en pleno fragor de la revuelta estudiantil, del mayo francés, fue capaz de teorizar y el malestar que despuntaba, producto de la particular afectación del discurso universitario con esa conjunción que se da entre la ciencia y la lógica del mercado de capitales. Vaticino, la entronización, de un saber cuyo prestigio se imputa a la ciencia, pero cuya aplicación al ámbito humano, o de las ciencias conjeturales deja por fuera la cuestión del sujeto. Ese saber, universaliza, clasifica, identifica y hace estadística.

De las Latousas Lacanianos a los gadgets de la tecnociencia

Nuestra época hace padecer al tiempo, la actualización de un futuro que se hace presentifica con una celeridad que nos arroja a en muchos aspectos en “el tiempo de comprender “pero también a nivel de nuestra práctica en la premura de concluir. Las nuevas formas de circulación de la información, las comunicaciones en red, y sus soportes materiales ingresan al consultorio en forma real y también virtual. Las desventuras y desencuentros amoroso- sexuales tiene en la plataforma on- line un canal de amplificación para el malentendido predestinado.

Las redes sociales amplifican “la virtualidad” ya característica del deseo, la virtualidad forma parte del fantasma, estaba allí antes del imperio de la imagen que atrapa la mirada a través de los objetos tecnológicos, que al decir de Lacan están llenos de la voz humana.

Las características del malestar actual, consiste en cada vez en menos despertar, y más dormir en los brazos del fantasma pret a porter que induce el mercado. Tal vez por esta razón los escenarios del síntoma retorna desde lo real de una angustia sin brújula, bajo los destinos de las a-dicciones en general a las drogas , a las pantallas, a los juegos sabiamente construidos sobre la base de niveles progresivos de dificultad, donde la apuesta se reduplica automáticamente abonado el terreno del hacer sin pensar. Acumulación de goce, que se intrinca con la apuesta del todo goce que saca al sujeto del campo del deseo y lo aísla en una soledad sobre informada, sobre comunicada.

El imperativo generalizado, bien definido por Lacan como superyoico apunta a un “goza”, que coloca al sujeto frente a una demanda del Otro de los medios de comunicación mutiplicado y universalizado por la tecnología, frente a una exposición a la mirada y a la voz constante, que lo pasivisan y que disipan el borde entre lo público y lo privado.

Saber y verdad

La proliferación exponencial de objetos tecnológicos es simétrico al de la masa de información, sobre todo, el saber, crece como una bola de nieve metonímica, es a la vez cada vez más accesible y menos abarcable. [2]Lacan decía al respecto:

Lo mismo que toda la psicología moderna está hecha para explicar como un ser humano puede conducirse en la estructura capitalista, lo mismo que el verdadero nervio de la búsqueda sobre la identidad del sujeto es saber cómo un sujeto se sostiene delante de la acumulación del saber. . Problemas cruciales. S 12. Clase 17.

Se trata de un saber que Freud pone en cruz, que es saber sin el saber.[3] A esta altura de la informática, dependemos de un soporte que traduzca, para nosotros aquello que como verdad no es visible, pero que organiza nuestro mundo virtual, el lenguaje (digital) que solo la inteligencia informática puede descifrar. Por poner un ejemplo, nadie se acuerda de los disquete de pc, que quedaron obsoletos frente a la irrupción de un nuevo soporte de la información , como es el CD, De manera que gran parte de la información guardada en esos soportes se pierde por que los soportes traductores de esa etapa también se volvieron obsoletos. Esa información cifrada en bits, ya no puede ser descifrada.

Lacan hacia bromas con la ciencia ficción, y pensaba que no hacia otra cosa que reflejar el aspecto más angustioso del progresivo desajuste del hombre respecto al mundo y su capacidad de producir un real contingente del que nadie quiere hacerse responsable.

El tema filosófico por excelencia por ejemplo en la película The Matrix es el problema del acceso a lo real. Allí de una manera realmente inquietante se llevaba al sujeto inmerso en una realidad que creía verdadera, a la revelación de que esa realidad está vacía, asolada y lo que creía su realidad estaba regida, no por su fantasma, sino por La Matrix, mezcla pesadillezca de inteligencia artificial y de existencia real e ignorada, que hacía de los humanos, su combustible vital, es decir objetos consumibles y desechables regalándoles a cambio un remedo de satisfacción ficticia.

La verdad para la ciencia resulta de la adecuación del saber a lo real. El saber científico consiste en el conocimiento de las leyes y fórmulas a las que lo real responde. Eso la hace a sus productos confiables y eficaces. Y eso es bueno, ahora bien; Lacan ubica el efecto sujeto como aquello que resiste en calidad de otra verdad.

"el sujeto en cuestión sigue siendo el correlato de la ciencia, pero un correlato antinómico puesto que la ciencia se muestra definida por el no-éxito del esfuerzo para suturarlo" (Escritos 2, página 840).

El proyecto de la ciencia implica, en el horizonte la voluntad de hacer converger el plano de la verdad con el del saber. Verdad única e indiscutible y que tiende a lo universal. Aunque la imposibilidad de ese proyecto sea a esta altura aceptado ya que dentro de la misma ciencia, dado que se incluye el azar, lo contingente como variable de lo real , diferente a lo real como necesario, es decir con ley. Sin embargo la idea de progreso, el empuje imparable del saber, crea un horizonte donde todo sería posible . Es justamente en desfasaje entre saber y verdad, que Lacan hace surgir el sujeto que la ciencia excluiría.

Ahora bien la ciencia hace ciencia, y le debemos a la ciencia todas las mejoras y progresos en el confort , en la salud, etc. Pero, el discurso capitalista transforma ese saber, en mercancía.

Es dice Lacan un discurso astuto, torsión del discurso del Amo, el amo no encarna el poder, sino el saber y productor de cosas que están destinadas al goce garantido, induciendo la ilusión de la recuperación del goce perdido, a través de la producción frenética de objetos que encarnan lo que Marx llamó “, fetichismo de la mercancía”, anticipo del brillo agalmático, eficaz anzuelo libidinal en la que el sujeto dilapida en un afánisis cada vez más acelerada el capital de su deseo. Cumpliendo al revés el imperativo Lacaniano que afirmaba que el precio de la condición de sujeto es que:

La castración quiere decir que es preciso que el goce sea rechazado, para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la ley del deseo.”[4]

Los discursos que lacan define en el seminario XVII están en referencia a el campo del goce, ese es también el lugar del síntoma, producto el encuentro con el saber que falta, vacío constituyente, síntoma que implica un goce no adaptable, que escapa siempre a los estándares que quieren aplicársele.

El lugar del analista en el discurso analítico, es el de causa de deseo. Se trata de promover en el sujeto, frente al prepotente pensar de su época la posibilidad del ejercicio del poco de libre albedrío que implica, asumir su diferencia, decidir respecto de su vida y de su goce.

Esto, junto al imperativo freudiano:"Wo ess war soll ich werden" donde “eso es , debo advenir” guían nuestra práctica,

Después de todo a esta altura es claro que todos somos objetos consumibles o de descarte en el mercado del goce y del deseo. Se trata de dar lugar a que la dignidad del sujeto prevalezca sobre su condición de objeto.

[1] Desde un punto de vista macrohistórico, Europa se encontraba bajo la influencia del fuerte avance de la industrialización. Países como Inglaterra, Francia y Alemania iban a la cabeza de este proceso, lo que implicaba una economía que dejaba de ser intranacional y se hacía internacional. El imperio austrohúngaro no estaba entre los países influenciados por la industrialización; el proceso llegó tarde, lo que, evidentemente, afectó su economía y su sociedad.

[2] No es casual que los trabajadores más buscados y mejor pagados sean aquellos que pueden ordenar con propósitos determinados la masa de información digital que corre y se multiplica geométricamente a cada segundo. Son los pocos que pueden orientarse, lectores y no receptores pasivos como el común de la gente, ellos son los contratados para orientar a los consumidores hacia los productos del mercado. Se trata del saber puesto al servicio del mercado de capitales.

[3] Problemas cruciales. S 12. Clase 17.

[4] Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. J. Lacan

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